«CORDILLERA» «PANTANERA»


«Aquí no valen dotores / sólo vale la esperiencia / aquí verían su inocencia / esos que todo lo saben / porque esto tiene otra llave / y el gaucho tiene su ciencia». José Hernández, El gaucho Martín Fierro.
Camino de Paraguay. Unas tres horas después de salir de Palma Blanca se alcanza el final del último alambrado. Aún continuamos por el camino una hora más y después nos desviamos al este. El resto del trayecto lo haremos atravesando los llanos interminables. Donde solo los vaqueros y los indígenas saben orientarse. Aún será un día y medio más a caballo.

«Las fronteras están cerca. La de Brasil a dos horas de caballo hacia el este, la de Paraguay a dos días al sur. Esta última y en ese punto de la geografía es ahora un inmenso territorio deshabitado, pese a que antes de la inundación del 79 estuviera jalonada de estancias a todo lo largo del camino. La ruta más rápida cruza los campos salpicados de islas de palmar, donde los tramos se dividen en vistas del horizonte: entre las docenas de palmares que se prestan a la vista tras superar la etapa anterior, los vaqueros pantaneros saben cuál es el grupo de palmeras que indica la dirección, no solo del destino final, sino también de los mejores lugares para vadear los traicioneros curichis.
Por la derecha discurre una cordillera, una especie de dique de quizá un metro de elevación sobre el llano, como una línea de palmeras que significase el límite de algo.

Los ñandús y los ciervos de los pantanos corren al menor peligro y en las zonas húmedas las yaracusús se arrastran entre barro y agua; restos de alguna antigua estancia en la que un bibosi ha crecido abrazando troncos de palma de la pared y los mantiene en el aire, el esqueleto de una montura que colgaba de un clavo que ya forma un cinturón en torno al tronco que la atravesó; una noria casi seca y un par de pequeños yacarés que quedaron dentro al retirarse el agua. Y llanos y palmares, palmares y llanos». (Pág. 32)

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