Me está pareciendo que este chaval va de listo. Quiere dar la impresión de
que para él todo esto está chupado, o algo parecido. Pues no me lo trago.
-Vives en medio de una selva con varias especies de monos, tarántulas del
tamaño de una mano, marabuntas que te hacen correr de vez en cuando, al lado de
una laguna donde hay caimanes, anacondas y pirañas y te parece normal…
-Ahora sí. Al principio no te niego que me pareciese una aventura, pero la
verdad es que tenía tantas cosas que hacer y que aprender que no tenía tiempo
de pensar si era una aventura o no y me fui acostumbrando sin darme cuenta. La
primera vez que vi monos en libertad, ahí en el camino, por ejemplo, flipé.
Pero a todo se acostumbra uno. Además, no me negarás que mi calidad de vida ha
aumentado, y mucho -afirma haciendo un ademán que abarca el bosque y la laguna
inmensa que comienza abajo, al final del talud-. Y eso ayuda.
-Sí, bueno –concedo-, no es el skyline
de Madrid. No hay atascos, ni problemas para aparcar, ni contaminación… ¿Y
hacer jornadas de diez horas a caballo por pantanos deshabitados, pasear
turistas por canales llenos de caimanes como ese de ayer, recorrer trescientos
kilómetros por el río en una barca de siete metros tampoco es una aventura?
-Es mi trabajo. Te aseguro que si pudiese ir en coche no usaría el caballo.
Después de una hora a caballo te duele todo; imagínate lo divertidas que son
las nueve horas siguientes: ahí se terminaría todo el ambiente aventurero, si
lo hubiese. Y lo de la barca es un lujo, sobre todo desde que pusimos los
asientos cómodos y el techo. Para que veas cómo es eso de la costumbre: en días
de muchos caimanes, cuando el agua está baja, por la mañana el primer caimán
que ven los turistas es un escándalo, le hacen cien fotos… Después van viendo
más caimanes, más caimanes, más caimanes, y por la tarde ya no quieren ni parar
a verlos de cerca; al final del día ya ni los miran.
-Quieres decir que ya nada de todo esto te sorprende…
-Siempre hay algo que puede sorprender, pero como te dije es mi trabajo y
son las condiciones que hay. Además, todo ha mejorado mucho. Antes no teníamos
electricidad y usábamos un generador, el camino estaba hecho una pena y a veces
tardaba dos horas en sacar el coche del barro, no teníamos la caseta de la
orilla y subíamos y bajábamos todos los días las barcas y los motores… Si
hubiese podido ver el futuro hace unos años, sí, me habría sorprendido de lo
fáciles que son las cosas ahora. Y, como ves, cada vez todo es más “normal”,
con electricidad, un camino estable y todo eso.
-Luego todo eso no es una aventura.
-Eso es. No es una aventura –repite, pareciendo cansado ya de mi insistencia.
Tengo la impresión de que en esa negativa hay algo de afirmar que si trabaja
aquí es por convicción de que hace algo útil y no solo por la posibilidad de
vivir en un lugar así.
En fin, no tengo más remedio que creerle. A mí, que estoy pasando unas
semanas por aquí, todo me parece extraordinario, sorprendente, extraño… pero
para él ya debe ser incluso rutinario, su «pan de cada día».
Pero para mí, visto desde Madrid, todo esto sigue teniendo su halo de
aventura. Que conste.
El cooperante es un personaje más o menos neutro en ¡Carao! Pantanal. No hace nada especialmente bueno, ni malo, ni transcendente.
Nos transmite sus sensaciones y sus opiniones, nos cuenta hechos e interpreta
algunos de ellos según las consecuencias que observa o intuye. No es mi
protagonista. Ni siquiera tiene carácter de protagonista; demasiado tranquilo y
relativista, no maneja convicciones absolutas. “Lo usaré para transmitir las
sensaciones de un conservacionista europeo que entra en contacto con este mundo”,
decido.
-En el libro tus opiniones serán tuyas y nada más –le advierto.
-Lógico. Y que quede bien claro que opino sobre este lugar y estos hechos;
no sé cómo funcionan las cosas en Guatemala o en Tanzania. Yo hablo de esto. Bueno,
también opino sobre la historia del descubrimiento y la colonización y no
estuve allí para verlo (y evidentemente no soy el único que no estaba allí para
verlo, pero opina); si vivieras aquí comprenderías que, o haces un buen repaso
de historia, o estás jodido.
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