Chico Mendes es el símbolo, pero ni mucho menos una excepción.
Hace pocas semanas (en abril de 2015) un informe de Global Witness divulgaba los datos que esa organización había recogido sobre muertes de ambientalistas en 2014: en el mundo fueron asesinados 116 activistas; de ellos, 29 en Brasil. Fijémonos bien: en 2014. En un año. 29.
Un informe anterior de la misma ONG mostró datos sobre la década 2002 – 2011 referidos a muertos por defender el medio ambiente o los derechos humanos: de los 711 asesinados, 365 lo fueron en Brasil. O, dicho de otra manera, 36,5 por año.
Los casos relatados son de “personas muertas en ataques o confrontaciones derivadas de protestas, investigaciones o denuncias contra actividades mineras, de explotación maderera, agropecuaria, plantaciones de árboles, presas hidroeléctricas, desarrollo urbano y caza ilegal”.
Entre las víctimas hay que contar al biólogo español Gonzalo Alonso Hernández, activista ambiental, que fue encontrado muerto con varios impactos de bala en la cabeza en el estado de Río de Janeiro en 2013.
En cuanto vi el titular en internet pensé en Mario. Después de leer los artículos decidí tener una conversación con él.
-Mario, ¿cuando comenzaste a defender el Pantanal ya eras consciente de dónde te estabas metiendo? Quiero decir que ahí, a un paso de Brasil, oponiéndote a gente poderosa de los dos países y con mucho dinero en juego, parece que la cosa no tenía otra salida.
Tras
pensarlo unos segundos, el joven vaquero hace un gesto como de fatalidad,
levantando los hombros y mostrando las palmas de las manos:
-Mirá…
Si querés que te diga la verdad, yo comencé a hablar en contra de los proyectos
porque lo sentía acá adentro. Y acá de este lado de la frontera las cosas no
son como allá en el Brasil. No pensé que los misturasen a los negros en esta
historia, pero si lo hubiera imaginado igualingo no más lo hiciera.
-¿Estabas
dispuesto a exponer tu vida para conservar los pantanos?
-Estaba
dispuesto a luchar para conservar mi vida. Mi modo de vida. Mi ambiente. Mi
trecho, che –y, tras una pausa en la que recupera el tono normal:- Hay cosas
que hay que hacer y se hacen. Y se acabó. Además, por aquella época yo solía
decir que no sería como el carao: nunca diría “Hay tiempo para llorar” y
dejaría que acabasen con lo mejor que tenemos.
-Entonces…
cuando te enfrentabas a toda esa gente para defender el Pantanal, ¿pensabas en
conservar los animales, las plantas y todo eso, o solo pensabas en seguir
siendo vaquero?
-¡Puta
miércoles! ¿Y qué sería el Pantanal sin yacareses, sin tigre, sin oso bandera,
sin sicurises? –se sorprende-. El Pantanal es uno, mi hermano, con todingo que
tiene adentro. Y yo soy de allá, de los pantanos. Nunca olvidés eso.
-Disculpa,.era
solo una pregunta para aclararme. Y ahora que digo “aclararme”… Hay algo que me
he estado preguntando todo este tiempo: ¿por qué no te ayudó Martín cuando las
cosas se pusieron bien feas? Cuando estuve allá con él no me pareció que fuese
alguien que se asustase fácilmente y él te tenía mucho aprecio.
Mario,
poco a poco, va esbozando una sonrisa misteriosa:
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