Supongo que al libro le
faltan muchas cosas; entre ellas están los agradecimientos. Hay una página de mecenas,
a quienes debo la publicación, aunque en la lista falta el / la principal
(insiste en el anonimato). Bien, para ellos -vosotros- van mis primeros agradecimientos, y
muy cálidos.
Sin embargo, todo esto viene
de bastante atrás, de cuando escribí a Sevilla (una carta, nada de correos
electrónicos aún) y poco después me llamaron y me metieron en un avión para no
se sabía cuánto tiempo ni para dónde exactamente.
Por orden cronológico y de
peso en mi destino ultramarino tengo que comenzar por Manuel Español, que fue un jefe
muy duro al principio, muy duro después de unos años y bastante duro hacia el
final. Suficientemente duro como para controlar a todos los que andábamos
repartidos por unos cientos de miles de kilómetros cuadrados y nos
encontrábamos de pronto siendo casi autoridades, codeándonos con prefectos,
directores de ONGs y Parques Nacionales, con coroneles y presidentes de comités
variados, considerados ricos, con instalaciones, vehículos y personal a nuestro
cargo; suficiente como para que a más de uno se le fuese la olla si no tuviese
un jefe ante quien responder por radio tres veces por día. Y que no dejaba
pasar una. Aun así creo (de oídas, no conocí a ninguno así) que alguno se dejó
llevar y pasó más tiempo paseando peladas que trabajando.
La dureza de Manuel como
jefe no me ocultó, una vez que lo conocí, que se trata de una magnífica
persona. Eso sí, muy tenaz.
Continuando con el orden
cronológico y decisivo, inmediatamente después de Manuel viene Javier Heredia. Para mí
se convirtió rápidamente en “Indy” y creo que nunca dejará de serlo. Fue
decisivo para mí en varios aspectos. Por ejemplo, tuve que ir para allá a
mediados de diciembre para sustituirle en Puerto, y así pasé mi primera Navidad
fuera de casa. Y con un calor asfixiante. Y con mosquitos. Y sin uvas ni
campanadas.
Otro aspecto en el que
influyó Indy en mi destino fue en que me hizo dar muchas vueltas: que vete para
otro lado que ya vuelvo, que vuelve que aquí estoy amenazado de muerte, que te
dejo aquí a mi mayor enemigo para que te joda siempre que pueda… Pero, oye, por
Indy lo que sea. Le besaría si no fuese porque soy muy machito. J
Y bueno, no pude seguirle la
estela… Poco a poco la gente de allá se fue percatando de que no todos los
españoles somos ubicuos, incansables, arrolladores y además guapetones y
simpáticos.
Y que conste que todo esto
lo digo a pesar de que si me hubiese vuelto a pedir dinero para largase con una
garota y dejarme tirado en Brasil
hasta que consiguiese volver a Puerto por mis medios, no estaría ahora celebrando
el nacimiento de su hija, sino más bien trabajando en algún harén como eunuco. Y
la noche había comenzado bien, con Indy contando chistes durante más de una
hora y los brasileños preguntándose de qué se ríen tanto esos dos ahí de pie en
mitad de la calle.
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