AGRADECIMIENTOS (3)

Hasta ahora había hablado de expatriados. Pero mi vida en el Pantanal no habría sido la misma sin la amistad de lo que se suele llamar el “personal local”, aunque en mi caso no era tan local.
De nuevo busco adjetivos; esta vez para Danilo Camberos. Me vienen a la mente «alto», «inteligente», «paceño», «comprometido», «educado»… Creo que este último es el que más me cuadra con Danilo: la educación personificada. Educado en el sentido de formado y en el sentido de respetuoso, amable, servicial… Y hablando de educación, Danilo siempre insistió, con mucho acierto, en la importancia de la educación (a la que se dedica) para la conservación.
A veces tenía que ir a verle por alguna razón del trabajo en el que cooperábamos, sobre todo por su habilidad y conocimientos de la informática, pero otras veces iba solo por el placer de charlar con él y saber qué pensaba de un asunto o de otro. Generalmente se mezclaban las dos cosas. Danilo supuso, durante varios años, un apoyo inestimable en todos los sentidos. Cuando las cosas estaban feas siempre estuvo ahí, donde le necesitaba. Aún hoy cuenta con toda mi admiración.
Además, me enseñó a preparar una salsa de piña para la carne que hacía furor todas las navidades cuando volvía a España.

A Claudio Zambrana me daba miedo ir a verle. Yo siempre andaba con la agenda llena de cosas para hacer, y pasar por la casa de Claudio significaba un mínimo de una hora de charla y, más habitualmente, unas tres horas en las que le escuchaba sin cansarme. No sé si mi admiración por él tuvo límites en algún momento; me parece que no. Claudio representaba a otra organización ambientalista y desde que nos conocimos fuimos «compañeros de armas». En «¡Carao! Pantanal» aparece en un par de pasajes, entre ellos:
«(…) concuerda el amigo cochabambino, cuya principal característica es ser un luchador tenaz en cualquier causa que ataña a la justicia social, y que es persona muy respetada en Puerto. El cooperante está en deuda con ese respeto que su amigo se ha ganado: en una ocasión en que este lo invitó a dar una charla sobre medio ambiente y desarrollo en una comunidad apartada, un viejo enemigo de la asociación, junto con unos cuantos matones que encontró por allí, le preparó una encerrona al español; cuando el cooperante se dirigía al todo-terreno vio que había cuatro o cinco personas apoyadas en él, y entre ellas el mismo de siempre; «Hombre, mi amigo, y parece que ha fumado más cocaína que de costumbre», pensó el español, y adivinó en seguida cuáles serían sus aviesas intenciones; pidió a su amigo cochabambino que lo acompañara hasta el coche, quien con una sola frase: «Dejate de tus huevadas, che, este es mi invitado», consiguió que el español pudiera salir camino de su casa en lugar de camino del hospital.
[…] El cooperante disfruta siempre de las peripecias que le cuenta su amigo valluno, quien, para poder hablar con conocimiento de causa, trabajó en las minas, entró como recolector de algodón en una de las haciendas en las que aún se usa mano de obra esclava, incluso hizo que lo encarcelaran para conocer las condiciones de vida de los presos, llegó a ser un importante líder sindical así como hombre de confianza de un obispo también batallador y estuvo señalado varias veces como objetivo de sicarios de potentados diversos, ya que no solo observaba las injusticias sino que promovía algaradas y rebeliones en aquellos tiempos en que las denuncias contra esos potentados no servían de nada. Ahora, el español observa los gestos reposados, los lentes colgando del cuello de su amigo con una goma y, en aparente discordancia, los hombros y brazos masivos, las manos grandes y surcadas de cicatrices de quien ha trabajado largo tiempo en labores que demandan un gran esfuerzo físico».
De Carlos de la Fuente, el uruguayo, me acuerdo por su inteligencia viva y su labia. Además, me gustaban su acento y sus ironías. Pasé muy buenos ratos con él y le tengo en mucha estima. La idea de llamar Macondo al pueblo en el que se desarrolla parte de la acción del libro vino de él, aunque en aquella época no pensaba aún en escribir.
Así, mis principales amistades entre el personal local fueron con personas que no eran del lugar. A Danilo, Claudio y Carlos podría añadir al capitán cochabambino que llevaba las relaciones del ejército con la comunidad y al argentino, Luis Marcus, que fue el primer director del Área Protegida.
¿Y los porteños? Pues eso mismo me pregunto yo. No sé. Las autoridades locales nunca fueron santos de mi devoción, ni yo de la suya, y lo mismo me pasaba con los estancieros y con los curas (estos eran austríacos). La gente del pueblo tenía todo mi respeto, pero tal vez mi relación con ellos era diferente: no encontraba en ellos esa visión de conservación / desarrollo, de la sostenibilidad...

Resumiendo: el apoyo que recibía de mis amigos del pueblo incluso cuando las cosas venían mal dadas merece todo mi agradecimiento ahora y siempre.

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