Hasta ahora había hablado de
expatriados. Pero mi vida en el Pantanal no habría sido la misma sin la amistad
de lo que se suele llamar el “personal local”, aunque en mi caso no era tan
local.
De nuevo busco adjetivos;
esta vez para Danilo Camberos. Me vienen a la mente «alto», «inteligente»,
«paceño», «comprometido», «educado»… Creo que este último es el que más me
cuadra con Danilo: la educación personificada. Educado en el sentido de formado
y en el sentido de respetuoso, amable, servicial… Y hablando de educación,
Danilo siempre insistió, con mucho acierto, en la importancia de la educación
(a la que se dedica) para la conservación.
A veces tenía que ir a verle
por alguna razón del trabajo en el que cooperábamos, sobre todo por su habilidad
y conocimientos de la informática, pero otras veces iba solo por el placer de
charlar con él y saber qué pensaba de un asunto o de otro. Generalmente se
mezclaban las dos cosas. Danilo supuso, durante varios años, un apoyo
inestimable en todos los sentidos. Cuando las cosas estaban feas siempre estuvo
ahí, donde le necesitaba. Aún hoy cuenta con toda mi admiración.
Además, me enseñó a preparar
una salsa de piña para la carne que hacía furor todas las navidades cuando
volvía a España.
A Claudio Zambrana me daba
miedo ir a verle. Yo siempre andaba con la agenda llena de cosas para hacer, y
pasar por la casa de Claudio significaba un mínimo de una hora de charla y, más
habitualmente, unas tres horas en las que le escuchaba sin cansarme. No sé si
mi admiración por él tuvo límites en algún momento; me parece que no. Claudio
representaba a otra organización ambientalista y desde que nos conocimos fuimos
«compañeros de armas». En «¡Carao! Pantanal» aparece en un par de pasajes,
entre ellos:
«(…) concuerda el amigo cochabambino, cuya principal
característica es ser un luchador tenaz en cualquier causa que ataña a la
justicia social, y que es persona muy respetada en Puerto. El cooperante está
en deuda con ese respeto que su amigo se ha ganado: en una ocasión en que este
lo invitó a dar una charla sobre medio ambiente y desarrollo en una comunidad
apartada, un viejo enemigo de la asociación, junto con unos cuantos matones que
encontró por allí, le preparó una encerrona al español; cuando el cooperante se
dirigía al todo-terreno vio que había cuatro o cinco personas apoyadas en él, y
entre ellas el mismo de siempre; «Hombre, mi amigo, y parece que ha fumado más
cocaína que de costumbre», pensó el español, y adivinó en seguida cuáles serían
sus aviesas intenciones; pidió a su amigo cochabambino que lo acompañara hasta
el coche, quien con una sola frase: «Dejate de tus huevadas, che, este es mi
invitado», consiguió que el español pudiera salir camino de su casa en lugar de
camino del hospital.
[…] El cooperante disfruta siempre de las peripecias que le
cuenta su amigo valluno, quien, para poder hablar con conocimiento de causa,
trabajó en las minas, entró como recolector de algodón en una de las haciendas
en las que aún se usa mano de obra esclava, incluso hizo que lo encarcelaran
para conocer las condiciones de vida de los presos, llegó a ser un importante
líder sindical así como hombre de confianza de un obispo también batallador y
estuvo señalado varias veces como objetivo de sicarios de potentados diversos,
ya que no solo observaba las injusticias sino que promovía algaradas y
rebeliones en aquellos tiempos en que las denuncias contra esos potentados no
servían de nada. Ahora, el español observa los gestos reposados, los lentes
colgando del cuello de su amigo con una goma y, en aparente discordancia, los
hombros y brazos masivos, las manos grandes y surcadas de cicatrices de quien
ha trabajado largo tiempo en labores que demandan un gran esfuerzo físico».
De Carlos de la Fuente, el
uruguayo, me acuerdo por su inteligencia viva y su labia. Además, me gustaban
su acento y sus ironías. Pasé muy buenos ratos con él y le tengo en mucha
estima. La idea de llamar Macondo al pueblo en el que se desarrolla parte de la
acción del libro vino de él, aunque en aquella época no pensaba aún en escribir.
Así, mis principales
amistades entre el personal local fueron con personas que no eran del lugar. A
Danilo, Claudio y Carlos podría añadir al capitán cochabambino que llevaba las
relaciones del ejército con la comunidad y al argentino, Luis Marcus, que fue
el primer director del Área Protegida.
¿Y los porteños? Pues eso
mismo me pregunto yo. No sé. Las autoridades locales nunca fueron santos de mi
devoción, ni yo de la suya, y lo mismo me pasaba con los estancieros y con los
curas (estos eran austríacos). La gente del pueblo tenía todo mi respeto, pero
tal vez mi relación con ellos era diferente: no encontraba en ellos esa visión
de conservación / desarrollo, de la sostenibilidad...
Resumiendo: el apoyo que
recibía de mis amigos del pueblo incluso cuando las cosas venían mal dadas
merece todo mi agradecimiento ahora y siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario