El
rancho, justo en el lado paraguayo de la frontera, es tan acogedor como solo lo
puede ser por la mano femenina de la dueña: plantas con flores, árboles de
fruto y sombra; recuerdos de su empeño de convertir una estancia ganadera en el medio de la nada en un hogar. Ahora, su
ausencia y la presencia de hombres de paso saltan a la vista en la forma de una
piel de puma colgando del tendedero de ropa, hamacas tendidas aquí y allá, el
morral de piel de nutria gigante que pertenece a un cazador, armas apoyadas en
cualquier parte. Como reflejo de la continuidad de la estancia y también de su hospitalidad, la gran piedra de afilar
muestra una enorme hendidura en forma de u
en su superficie, producida por el desbastado de los cuchillos de cazadores y
vaqueros de cualquier nacionalidad durante varios decenios.
Y
por aquí pasa el camino que siguen aquellos que compran ganado en el vecino
país para venderlo tras cruzar la frontera. Aquellos que saben y callan qué
otros tráficos frecuentan su trecho.
Aquellos que han oído los rumores del estanciero ametrallado en su camioneta,
del desaparecido al cruzar la otra frontera, de las visitas de grupos de
sicarios armados a los ranchos, de la violencia de las fuerzas antinarcóticos,
saben que la ignorancia de ciertos hechos es la mayor sabiduría en esas
inmensidades solitarias. (Pág. 32 y 33).
****Nota de agosto de 2018: El libro «¡Carao! Pantanal» no se encuentra a
la venta en formato digital temporalmente. Una vez terminados los ejemplares de
la primera edición en papel (a precio reducido a través de este contacto), volverá
a estar disponible para leerlo en lector electrónico.
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