AQUÍ MANDO YO

Oí esta mañana a Maduro y me pareció volver en el tiempo y en el espacio al Pantanal de los tiempos de Mario. El tono. La amenaza. Aquí mando yo.

Mario se sorprende al entrar en el salón del Concejo Municipal y encontrarlo tan lleno que algunas personas deben asistir de pie junto a las sillas colocadas para el acto. No le sorprende, sin embargo, que algunos conocidos contesten con renuencia a su saludo, teniendo en cuenta las palabras del locutor de radio aleccionado por las autoridades locales: «Movilicemos todas las fuerzas vivas de la ciudad para botar de una vez a esta gentuza que se opone a nuestro desarrollo…».  Y allí están los que conforman esa «gentuza»: representantes de las ONGs ambientalistas, del Parque Nacional y él mismo, sentados en primera fila como en un banquillo de acusados. Y allí están, también, las fuerzas vivas, en las personas de los dirigentes de pescadores, comerciantes, ganaderos, del ejército, de los campesinos…


Mario no se deja afectar por el ambiente, ni por las palabras del presidente del Concejo, ni por las del presidente del Comité Cívico, ni por los gritos que algunos de los presentes lanzan en su contra cuando se le menciona, ni por las intervenciones de los representantes de colectivos, que «apoyarán cualquier decisión que se tome», remarcando amenazadoramente las palabras «cualquier decisión». Aunque casi todos son mayores que él, Mario ha jugado al fútbol con muchos de ellos, se ha peleado, ha hondeado pájaros con ellos, los conoce desde siempre y su supuesta categoría actual como autoridades no le impresiona.

Para los restantes miembros de la «gentuza que se opone al desarrollo regional» resulta más amedrentador: deben sopesar bien las consecuencias de este acto, pese a que sea más teatral que otra cosa. Algunos, quizá con una visión más amplia, se encuentran tranquilos ante quienes solo consideran representantes de una pequeña población de quince mil habitantes, mientras que otros sufren el efecto del aislamiento que les hace magnificar el poder de las autoridades locales.

Tras las acusaciones y amenazas más o menos veladas, le toca el turno al alcalde para representar su papel de elemento conciliador, rebajando el tono hasta un tirón de orejas que trata de dejar claro, no obstante, que si hay una próxima vez será peor. No quiere oír ni una palabra más en contra del desarrollo del pueblo.

A muchos no les hace gracia ver cómo Mario, al finalizar este «juicio civil sumarísimo», se desmarca de los demás «acusados» y se retira con una sonrisa lobuna. (Pág. 258 -9)



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