La llamaremos Diana porque no conocemos su nombre verdadero.
Tampoco sabemos mucho de su vida antes de pasar a llamarse Diana. Que vivía en
su poblado en el borde sur del Pantanal. Que hacía los trabajos duros de la
casa que su madre le encomendaba y cuando tenía tiempo jugaba con sus amigas.
Que hasta el momento no había tenido que pensar mucho en el futuro, o no había
querido.
Cuando cambia de nombre cambia también su vida;
todo su mundo desaparece y lo sustituye otro que parece no tener salida. Un
mundo constituido por dolor, gritos, opresión. Esclavitud. Del que realmente
parece que no hay escapatoria.
______________________________________________________________________
Para poder hablar en privado con mis compañeros del
Pantanal paraguayo establecimos una clave basada en la guía de aves que más
utilizábamos:
─Vamos a «Águila harpía» ─por ejemplo─, cambio.
─Vamos, cambio.
Así pude enterarme de que un boliviano se dirigía
al pueblo paraguayo a hacer efectiva la compra de una niña de doce años. Mis
compañeros intervinieron, lo denunciaron al comandante y este mandó arrestar al
extranjero. Después mis compañeros tuvieron que aguantar amenazas y denuncias
de todo tipo. Un buen día el boliviano abandonó el pueblo, sin dinero.
Para mí fue motivo de preocupación por mis amigos
que se encontraban en una situación difícil en aquel lugar al que solo llega un
barco dos veces por semana. Cuando llega.
Y después uno puede tener que responder a
preguntas: ¿es lícito inmiscuirse en las costumbres de los indígenas? ¿La venta
de niñas es realmente una tradición, o es algo traído por el contacto con una
sociedad diferente? ¿Puede uno cerrar los ojos y simplemente contarlo después como una anécdota más? ¿Debe intervenir, aun sabiendo que le
puede ir la vida en ello?
Mi respuesta es que en este caso no tengo duda de
que se debía hacer algo, al mismo tiempo que continúo sintiendo una gran
admiración por el valor de mis compañeros que decidieron que no podían permitir
la esclavitud de una niña, aunque eso les costase caro. Y no habría nadie para
echarles una mano. Allí, donde Cristo dio las tres voces.
Solo en Amazon.
Solo en Amazon.
Hay que denunciar, impedir la esclavitud sexual de las niñas. Se ve en muchas partes. Castro Caicedo habla en su ultimo libro de la venta de niñas colombianas de 12 o 13 años en Honduras. Ya se ha hecho constumbre. Pero no es parte de una cultura indigena, es la perversión de la sociedad moderna, del poder del narcotrafico.
ResponderEliminar