MATOPIBA

Marañón-Tocantins-Piauí-Bahía: el acrónimo Matopiba aparece de vez en cuando en las noticias, y siempre asociado a deforestación, agronegocio brutal, pérdida de biodiversidad, apoderamiento de tierras públicas y de comunidades... asociado a la soja, en resumen.
Allí, a centenares de quilómetros de cualquier capital o ciudad grande, podría desarrollarse «¡Carao! Pantanal»; grandes empresarios que destruyen la naturaleza y e imponen sus leyes, que ahora se dictan más con fusiles que con revólveres. Con garitas de guardas armados y violentos en las antaño tierras comunales. Con el desacato de los dictámenes de una justicia federal que está muy lejos y que, aun más con el nuevo gobierno, no pone mucho énfasis (siendo generoso) en la protección de naturaleza ni de pobres.



Aquí pueden leer el artículo (no lo he encontrado en español). La noticia es de esta semana, de este mundo, es real, no es ficción.
Me parece ver a Mario cruzando las fronteras de esos cuatro estados a lomos de su caballo y tarareando la canción del carao...

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PROTAGONISTA DE «¡CARAO! PANTANAL»: DIANA


La llamaremos Diana porque no conocemos su nombre verdadero. Tampoco sabemos mucho de su vida antes de pasar a llamarse Diana. Que vivía en su poblado en el borde sur del Pantanal. Que hacía los trabajos duros de la casa que su madre le encomendaba y cuando tenía tiempo jugaba con sus amigas. Que hasta el momento no había tenido que pensar mucho en el futuro, o no había querido.
Cuando cambia de nombre cambia también su vida; todo su mundo desaparece y lo sustituye otro que parece no tener salida. Un mundo constituido por dolor, gritos, opresión. Esclavitud. Del que realmente parece que no hay escapatoria.


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Para poder hablar en privado con mis compañeros del Pantanal paraguayo establecimos una clave basada en la guía de aves que más utilizábamos:
─Vamos a «Águila harpía» ─por ejemplo─, cambio.
─Vamos, cambio.
Así pude enterarme de que un boliviano se dirigía al pueblo paraguayo a hacer efectiva la compra de una niña de doce años. Mis compañeros intervinieron, lo denunciaron al comandante y este mandó arrestar al extranjero. Después mis compañeros tuvieron que aguantar amenazas y denuncias de todo tipo. Un buen día el boliviano abandonó el pueblo, sin dinero.
Para mí fue motivo de preocupación por mis amigos que se encontraban en una situación difícil en aquel lugar al que solo llega un barco dos veces por semana. Cuando llega.
Y después uno puede tener que responder a preguntas: ¿es lícito inmiscuirse en las costumbres de los indígenas? ¿La venta de niñas es realmente una tradición, o es algo traído por el contacto con una sociedad diferente? ¿Puede uno cerrar los ojos y simplemente contarlo después como una anécdota más? ¿Debe intervenir, aun sabiendo que le puede ir la vida en ello?
Mi respuesta es que en este caso no tengo duda de que se debía hacer algo, al mismo tiempo que continúo sintiendo una gran admiración por el valor de mis compañeros que decidieron que no podían permitir la esclavitud de una niña, aunque eso les costase caro. Y no habría nadie para echarles una mano. Allí, donde Cristo dio las tres voces.

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